Ahumados en el Saint Grillat: Una experiencia infernal (literalmente) en Palamós

 Queridos gourmands, prepárense para una crónica gastronómica con tintes de comedia (y tragedia). Mi estimado Boadas, en un acto de generosidad (o quizás un plan maquiavélico para deshacerse de mí), me invitó a cenar al Saint Grillat, un restaurante de carnes a la brasa en Palamós.

 "Dicen que tienen una de las mejores carnes de la Costa Brava", me aseguró con una sonrisa sospechosamente angelical.

Con la curiosidad (y el apetito) despertados, me dirigí al Saint Grillat con la ilusión de un niño en una carnicería. Pero al abrir la puerta, me encontré con una escena digna de una película de terror: una humareda densa, tenue al principio, pero con un olor a madera quemada que me hizo temer por mi vida.

Pensé que en cualquier momento aparecería Jack el Destripador entre la niebla, cuchillo en mano, listo para servirme como plato principal. Pero no, no era Londres en el siglo XIX, sino Palamós en el siglo XXI, y el único asesino serial presente era el humo, que amenazaba con ahogarnos a todos.


Nos sentamos en una mesa junto a la puerta, con la esperanza de escapar de la humareda. Craso error. Cada vez que alguien entraba o salía del local, una ráfaga de aire gélido nos obligaba a ponernos y quitarnos la chaqueta, en un baile absurdo que parecía no tener fin.

"Disculpe, ¿podría cambiarnos de mesa?", le pedí a la amable jefa de sala, con la voz entrecortada por el humo. Accedió amablemente, pero la nueva mesa resultó estar en el epicentro del infierno. La humareda era tan densa que apenas podíamos vernos las caras. Ya no era Londres, sino el mismísimo infierno, donde los pecadores ardían en la hoguera eterna (y había muchos pecadores en Palamós, por lo visto, al igual que la tradición marca que hay mucha "COTILLA" en Girona).


Boadas, sin embargo, parecía disfrutar del espectáculo. Como abogado, estaba en su salsa: fuego, castigo, pecadores... "Esto es justicia divina", murmuró con una sonrisa maliciosa.

Yo, en cambio, me sentía como un pollo ahumado, a punto de explotar. La comida, aunque correcta, no era nada del otro mundo. La carne, eso sí, estaba bien hecha, pero el humo había impregnado todos los sabores, creando una sinfonía de olores agridulces.

Al final de la cena, salimos del Saint Grillat tosiendo y con los ojos llorosos. Parecíamos dos chimeneas humanas. "Bueno, al menos no nos habremos quedado con hambre", dije con ironía.

"Ni con pecados", añadió Boadas, con su habitual humor negro.

En definitiva, el Saint Grillat es un restaurante con potencial, pero la humareda excesiva arruinó la experiencia. Por eso, y con un poco de pena, le otorgamos:

🔥🔥 Dos Llamas y Dos Tenedores: Llamas tímidas y tenedores desgastados. Algo falla. Platos con poca gracia, técnica mejorable o servicio deficiente. No es un desastre, pero tampoco una experiencia memorable. Hay mejores opciones.

¡Esperemos que en nuestra próxima aventura gastronómica no terminemos ahogados en humo!

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