¡Chuletones de cartón y carbón apagado! Un viaje gastronómico por el infierno

 Queridos gourmands, hoy no vengo a deleitaros con elogios a la alta cocina, sino a compartir una experiencia que me dejó con más preguntas que respuestas. Acompañadme en este viaje culinario por el infierno, o más bien, por el Tapa Tapiña de Santiago de Compostela.

Como buen hijo de padres "chefs" (sí, con cinco LUNAS Michelón entre los tres), me considero un paladar exigente. Así que cuando mis progenitores me invitaron a probar un nuevo restaurante en Santiago, acepté encantado. 

Llegamos a Tapas Tapiña con el apetito bien despierto. El lugar, a primera vista, parecía prometedor. Pero las apariencias engañan. Nada más entrar, nos topamos con una camarera que nos recibió con una mirada tan fría como un churrasco mal hecho. Mi padre, experto en carnes, pidió un churrasco, mi madre una falda a la parrilla y yo, un chuletón.

Los primeros platos fueron correctos, pero cuando llegó el momento de la verdad, todo se vino abajo. Mi chuletón, en teoría la estrella de la comida, era una auténtica decepción. 

El hueso, ¡el hueso!, era más grande que la propia carne. ¡Y la carne, cortada en láminas tan finas que parecía papel de fumar! 

Al ver ese hueso, tan grande y tan desproporcionado, no pude evitar sentirme como un paleontólogo aficionado. 

¡Parecía un fósil de T-Rex recién desenterrado! Y es que, si no fuera por la carne (o más bien, por la falta de ella), podría haber jurado que estaba ante un vestigio de una era pasada, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra. Y es que, en Tapas Tapiña, hasta un hueso de ternera parece un fósil de dinosaurio: tan antiguo, tan grande y tan poco apetecible.


Mi madre, con su ojo clínico de chef, se dio cuenta al instante de que el hueso no pertenecía a ese pedazo de carne. Intentó cortar la falda, pero la parrilla, alimentada por un carbón que se apagaba más rápido que una vela, se negó a colaborar.

Mientras tanto, mi padre, ajeno a nuestras desventuras, disfrutaba de su churrasco con la tranquilidad de quien sabe que la vida es demasiado corta para preocuparse por los huesos demasiado grandes o las parrillas caprichosas. 

De hecho, parecía encontrar cierta diversión en la situación. Con la seriedad de un científico loco, soplaba sobre las brasas, intentando avivar el fuego. '¡Esto es como hacer fuego en la prehistoria!', exclamaba, mientras buscaba cualquier objeto que pudiera servir como soplete improvisado. La guinda del pastel fue el café, que nos ofrecieron como un gesto de cortesía. Un café tan malo que parecía haber sido preparado con agua de la cisterna.

Al salir del restaurante, no pude evitar pensar en Boadas y en lo que diría si hubiera estado conmigo. 

Seguro que habría encontrado alguna anécdota divertida para contar, alguna metáfora culinaria para describir esta experiencia tan surrealista. Boadas, con su paladar exigente y su amor por la buena comida, habría quedado horrorizado. Seguramente habría comparado Tapas Tapiña con un hospital de campaña, donde la comida es solo un medio para sobrevivir.

En definitiva, Tapas Tapiña fue una gran decepción. Una prueba de que no todos los restaurantes que sirven comida gallega son dignos de ese nombre. Y una lección para mí: no siempre hay que fiarse de las recomendaciones, por muy bienintencionadas que sean.

Así que, amigos gourmands, si algún día os encontráis en Santiago de Compostela con antojo de un buen churrasco, os recomiendo encarecidamente que busquéis otro lugar!

Una Llama y Un Tenedor:

¡Fuego apagado y tenedor doblado! Sálvese quien pueda. Platos insípidos, técnica desastrosa, servicio pésimo o ambiente desagradable. Una experiencia para olvidar (o para contarla en el blog con mucho humor).

En Tapas Tapiña, ¡qué decepción!

Un hueso inmenso, una carne tan fina.

La parrilla, apagada, sin pasión,

Y el café, un brebaje, ¡qué amarga ruina!

La gallega cocina, una gran ilusión,

Aquí se desvanece, ¡qué pena me da!

Un chuleton así, ¡qué decepción!

Y un hueso tan grande, ¡qué barbaridad!


Comentarios

Entradas populares