En Can Manolo, ¡qué delicia!

En esta ocasión, mi fraterno Boadas, ese Quijote de los fueros y Don Quijote de las leyes, ha sido aprisionado en las mazmorras de la burocracia. 

Sus agudos ingenios, que suelen desenredar los más intrincados laberintos jurídicos, se encontraban ahora sumidos en la tediosa tarea de redactar interminables escritos. 

¡Ay, qué lejos queda aquel Boadas que desentrañaba enigmas legales de día con la misma agilidad con que yo desmonto un plato de manjares, pero ahora desentraña enigmas día y noche!

¿Será vampiro?


Sus honorarios como abogado de renombre le han mantenido alejado de los placeres de la mesa, al menos por hoy. 

No obstante, la vida continúa, y el estómago, como un agujero negro cósmico, exige ser alimentado. Así pues, decidí aventurarme  hacia un destino culinario de renombre: Can Manolo, el templo gastronómico de Girona.

Para quienes no estén iniciados en los misterios de la cocina catalana, Can Manolo es un lugar donde la tradición se fusiona con la excelencia. Un santuario culinario donde el tiempo parece haberse detenido, y donde cada plato es una oda a los productos de la tierra.


La carta, como un antiguo pergamino, prometía un viaje sensorial sin igual. No pude resistirme a las patatas de Can Manolo, un plato tan sencillo como sublime. La chistorra, deshecha y jugosa, se entrelazaba con las patatas, creando una sinfonía de sabores que me transportaba a la infancia. Y los huevos, ¡ah, esos huevos! (esos ¡NO!, mal pensados) 

Caseros, de verdad, como los que ponía mi abuela, se fundían con las patatas en un abrazo carnal que ponía a prueba mi voluntad.

Para acompañar este manjar terrenal, opté por una ensalada. Los tomates, seleccionados a mano, explotaban en boca con un sabor intenso y solar. Una explosión de frescura que equilibraba la riqueza de los platos anteriores.


Llegó la hora del cordero. 

Confieso que sentí un escalofrío al ver a la camarera acercarse a la mesa con un cuchillo de caza. 

Mis ojos se encontraron con los suyos, y por un instante creí vislumbrar una intención asesina. 

¿Estaría a punto de sacrificarme en el altar de la gastronomía? 

Con disimulo, coloqué mi cartera a la vista, como una ofrenda pacífica.

Afortunadamente, la camarera era una profesional consumada. Con movimientos precisos y elegantes, comenzó a deshuesar la pierna de cordero. La piel, crujiente como un papel de fumar, se desprendía con un sonido casi musical. Cada bocado era una explosión de sabor, un viaje a Segovia en cada mordisco.


Can Manolo es, sin duda, una experiencia culinaria que ningún amante de la buena mesa debería perderse. Un lugar donde la tradición y la innovación se dan la mano, creando platos que perduran en el recuerdo. Si estás buscando una auténtica experiencia gastronómica en Girona, no busques más: Can Manolo es tu destino.

Cinco Llamas y Cinco Tenedores:

¡Incendio en la cocina! (Pero del bueno). Un festín para los sentidos. Experiencia sublime, servicio impecable, técnica perfecta y creatividad desbordante.  Un lugar para volver una y otra vez (si el bolsillo lo permite).  


En Can Manolo, ¡qué delicia!,

un festín para el paladar.

Las patatas, ¡qué fantasía!,

con la chistorra, ¡qué par!


El cordero, tierno y jugoso,

como nube en el festín.

¡Qué manjar tan delicioso!

Para el cuerpo y el espíritu.


Manolo, el chef, un mago,

con sus platos de autor.

Nos deja sin habla, ¡vago!

¡Qué maravilla de sabor!


Si vas a Girona, amigo,

no dudes en ir.

En Can Manolo, ¡qué abrigo!,

para el hambre, ¡qué vivir!

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