La Tabarra: Un experimento gastronómico con sillas desiguales y camareras celestiales

 La noche se presentaba intrigante. Boadas, mi compañero de aventuras gastronómicas, había decidido desafiar las leyes de la gravedad capilar con un "repeinado" que rozaba lo escultural. Ya saben, cuando Boadas se esmera en su peinado, dos posibilidades se abren ante nosotros: euforia desbordante o mal humor cósmico. Para descifrar el enigma, solo había una solución: observar el brillo de su cabellera bajo la luz de la luna nueva.

A las 10 en punto, con la precisión de un reloj suizo (no de los blandos de Dalí, claro), nos apostamos en la calle, cuellos en alto y miradas fijas en el firmamento. El veredicto fue contundente: un brillo dorado auguraba una velada de buen humor y exquisitez culinaria.

Con la incertidumbre disipada, nos dirigimos a La Tabarra, un moderno restaurante en Girona que había despertado nuestra curiosidad. Al entrar, nos recibió un espectáculo visual digno de un museo de arte contemporáneo: sillas de todos los colores y formas imaginables, distribuidas aleatoriamente como si hubieran caído del cielo. Subimos a la parte de arriba, donde nos esperaba una mesa estratégicamente ubicada (¿o fue una conspiración de Boadas?) con una silla minúscula para mí y un trono para él. "Jaque mate, Castelo", parecía decir con su sonrisa pícara.


Pero la verdadera sorpresa llegó con las camareras. Un grupo de huríes, bellezas celestiales que hacían palidecer a las musas del Olimpo. Lamentablemente, mi conocida dislexia me impidió recordar sus nombres, pero sus rostros quedarán grabados en mi memoria..

Con la atención dividida entre la carta y el personal, nos decidimos por una ensalada preparada con un toque original: servida en una coctelera y mezclada con una tapa, como si fuera un exótico cóctel. Un espectáculo visual y un sabor delicioso. El jamón, cortado con precisión, y la hamburguesa, jugosa y sabrosa, cumplieron con las expectativas.

Sin embargo, no todo fue perfecto. Las mesas, diminutas, apenas dejaban espacio para un vaso y dos platos. Y la desigualdad de las sillas creaba una sensación extraña, como si estuviéramos en un cuento de Alicia en el País de las Maravillas.

A pesar de estos pequeños inconvenientes, la comida estuvo bien elaborada y el servicio fue eficiente y amable. La nueva cocina y las camareras merecen un aplauso. No obstante, hay margen de mejora en cuanto a la distribución del espacio y la comodidad. Por ello, le otorgamos a La Tabarra:

🔥🔥🔥 Tres Llamas y Tres Tenedores: Fuego lento y tenedores correctos. Correcto, sin más. Platos bien elaborados, pero sin grandes alardes. Servicio eficiente y ambiente aceptable. Puede que no lo recordemos mañana, pero hoy hemos comido bien.

En definitiva, La Tabarra es un restaurante con potencial, pero que necesita pulir algunos detalles para alcanzar la excelencia. Quizás en nuestra próxima visita, con Boadas luciendo un nuevo peinado y yo sentado en una silla más adecuada a mi estatura, podamos otorgarle una puntuación más alta.

ARTICULO DE JOSE M. CASTELO-APPLETON

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