Queridos gourmands: ¡Incendio en la cocina de Salvador!
Boadas, ese sibarita incorregible con quien comparto la pasión por los placeres de la mesa, e Isidro, mi mentor en el mundo de los negocios (un hombre tan piadoso que comulga a diario en ayunas, tras confesar hasta el más mínimo desliz, y las moscas rezan con él), se unieron a mí en una expedición culinaria al Restaurante Salvador en Cadaqués.
Ubicado en el encantador Hotel Villa Salvador, este oasis gastronómico nos prometió una experiencia surrealista, digna del mismísimo Dalí. Y, debo decir, ¡superó todas nuestras expectativas!
Llegar de Roses a Cadaqués, es terrible, curvas y más curvas, Isidro con el Rosario, iba en el tercer misterio, cuando pegó un saltito en el asiento del susto....
Al llegar, la belleza del lugar nos transportó a otra dimensión. Imaginé a Dalí, con su musa Gala a su lado, paseando por esos mismos jardines, deleitándose con la magia del entorno.
El surrealismo se respira en cada rincón, en la arquitectura, en la decoración, en la atmósfera misma del lugar.
Nos recibió la directora, una mujer de carácter (como diría Boadas, "con más carácter que un miura en San Fermín"), pero con una simpatía y un sentido del humor que nos conquistaron desde el primer momento. Se aseguró de que estuviéramos como en casa, atendiendo a cada detalle con una sonrisa.
La conversación fluyó con la naturalidad del vino en buena compañía, desde las excentricidades de Dalí hasta las anécdotas más disparatadas de nuestras vidas.
Y entonces, llegó el momento cumbre: el menú. Una sinfonía de sabores locales, reinterpretados con un toque creativo que nos hizo exclamar "¡Oh, Dalí-CIOSO!" con cada bocado.
Permítanme, queridos gourmands, guiarles por este festín para los sentidos:
Para abrir boca:
Anchoas del Cantábrico «00» (porque no engordan): Un clásico que nunca falla, elevado a la categoría de arte con su pan de cristal y tomate.
Alcachofas confitadas: Tiernas y sabrosas, con una crema trufada que les aportaba un toque de sofisticación.
Surtido de croquetas artesanales (mi perdición): Crujientes por fuera, cremosas por dentro, un homenaje a la cocina tradicional.
Calamares a la andaluza: Con un alioli ahumado que les daba un giro inesperado.
Jamón Ibérico D.O. Extremadura: Un manjar para los sentidos, con su sabor intenso y su textura inigualable.
Tartar de tomates asados (buenísimos, fuertes, alguno había vestido de cosaco): Una explosión de frescura, con la cremosidad de la burrata y el crujiente del pan de cereales.
Berenjena en tempura: Con sobrasada, miel y lascas de parmesano, una combinación de sabores y texturas que nos sorprendió gratamente.
Patatas bravas: Con una salsa casera que nos hizo chuparnos los dedos.
Del mar:
Merluza "a la llauna": Un plato tradicional catalán, con un toque moderno en su milhojas de patata.
Vieiras a la plancha: Con mousse de aguacate, tobiko y casabe, una combinación exótica y deliciosa.
Pulpo del Cap de Creus: A la plancha, con un cremoso parmentier que complementaba su sabor a mar.
Tataki de atún rojo: Con alga wakame y salsa ponzu, un plato fresco y ligero.
Salteado de calamar y gambitas: Con setas de temporada, un plato lleno de sabor y aroma.
Paella mar y montaña: Un clásico reinventado, con una mezcla de ingredientes que nos transportó a la montaña y al mar.
De la tierra:
Lomo bajo de Rubia Gallega: Con setas Portobello y puntas de espárragos, un plato para los amantes de la carne.
Solomillo de ternera: Con salsa demi-glace y verduras de temporada, un clásico que nunca falla.
Risoto de setas: Con foie y secreto ibérico, un plato cremoso y lleno de sabor.
Pasta con crema trufada: Con setas y virutas de parmesano, una delicia para los paladares más exigentes.
De la huerta:
Burrata Pugliese: Con espárragos, higos y tomates cherry, un entrante fresco y sabroso.
Crema de zanahoria: Con coco y curry, una sopa original y llena de matices.
Ensalada César: Con pollo empanado y guanciale italiano, un clásico con un toque personal.
Ensalada de espinacas: Con queso gorgonzola crujiente, manzana caramelizada, nueces y vinagreta de miel y mostaza, una explosión de sabores y texturas.
Dulces tentaciones:
¡ Ay !, este ISIDRO, todo el mundo sabe que la Iglesia, es muy de chocolate y dulces, aquí iba saboreando cada bocado, a dos carrillos (pecó tanto que hasta el diablo se asustó)
Tarta de queso: Con frutos rojos, un clásico que siempre apetece.
Tarta Tatin (no se por qué pero este nombre me recuerda a Star Wars): De pera con helado de vainilla, un postre elegante y delicioso.
"Quenelles" de chocolate: Con tostadas, sal Maldon y aceite de oliva, un final perfecto para una cena perfecta.
Trilogía de helados: Una selección de helados artesanos para todos los gustos.
Hamburguesas & Club:
G!G! Burger: De ternera de Girona, con pan brioche, huevo frito y bacon ahumado, una hamburguesa gourmet para los más hambrientos.
Y así, con el estómago lleno y el espíritu en paz (al menos en el caso de Isidro, que ya planeaba su próxima confesión para expiar los pecados de la gula), nos despedimos del Restaurante Salvador.
Boadas, con la mirada un poco perdida (quizás abrumado por tanta belleza o por alguna visión surrealista provocada por los exquisitos vinos), murmuraba algo sobre relojes derritiéndose y langostas telefónicas, y algo sobre...(no llegué a comprender, aquí hablaba en francés)
Yo, mientras tanto, solo podía pensar en volver a este paraíso gastronómico, donde el arte de Dalí se funde con la magia de la cocina catalana.
¡Una experiencia digna de cinco llamas y cinco tenedores! 🔥🔥🔥🔥🔥🍴🍴🍴🍴🍴
En definitiva, queridos gourmands, el Restaurante Salvador es un lugar mágico donde la gastronomía se convierte en arte. Un festín para los sentidos, una experiencia sublime, con un servicio impecable, técnica perfecta y creatividad desbordante. Si tienen la oportunidad (y el bolsillo lo permite), no duden en visitarlo. ¡Volverán a casa con el estómago contento, el alma llena de belleza y una sonrisa de oreja a oreja!
Cinco Llamas y Cinco Tenedores:
¡Incendio en la cocina! (Pero del bueno). Un festín para los sentidos. Experiencia sublime, servicio impecable, técnica perfecta y creatividad desbordante. Un lugar para volver una y otra vez
Con Boadas e Isidro, ¡qué trío genial!,
fuimos a Salvador, ¡a disfrutar sin igual!
Un restaurante en Cadaqués, con vistas al mar,
donde Dalí y Gala, seguro querrían cenar.
Isidro, el piadoso, ¡comulga sin cesar!,
pero ante tal festín, ¡no pudo más que pecar!
Boadas, el sibarita, con su copa en la mano,
entre bocado y bocado, ¡veía un piano!
La directora, ¡con carácter volcánico!,
nos atendió con gracia, ¡casi teutónica!
Y el menú, ¡ay, el menú!, ¡qué delicia sin fin!,
anchoas, calamares, ¡y un buen tataki!
La merluza a la llauna, ¡un manjar celestial!,
el pulpo del Cap de Creus, ¡simplemente genial!
Y la tarta de queso, ¡oh, qué tentación!,
Isidro pecó de nuevo, ¡sin confesión!
Boadas, ya mareado, veía elefantes volar,
y decía: "¡Este postre, es digno de enmarcar!"
Salimos rodando, ¡con la panza a reventar!,
de Casa Salvador, ¡un lugar para soñar!
En Cadaqués la bella, con su toque surreal,
un festín inolvidable, ¡que nos hizo levitar!
Con Boadas e Isidro, ¡qué gran aventura!,
en Casa Salvador, ¡la risa fue segura!
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